Las Islas Canarias
Las Islas Canarias
constituyen una región insular de España, la más meridional y occidental del
país, formada por el archipiélago atlántico-africano que le da nombre. Situada
entre los 13º 20' y 18º 10' longitud W y los 27º 37' y 29º 25' latitud N, las
islas integrantes se despliegan en unos 500 kilómetros de E a W por casi 200 de
N a S. Dista unos 100 kilómetros de la costa marroquí y alrededor de 1.200 de
la España peninsular. Desde 1927 está dividida administrativamente en dos
provincias, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife, y en 1982 se constituye en
Comunidad Autónoma, con capitalidad compartida, por periodos legislativos, en
las ciudades de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. Las islas
de Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria, citadas de E a W, constituyen la
provincia oriental, mientras que Tenerife, La Gomera, La Palma y El Hierro,
relacionadas en el mismo orden, la occidental. Además de estas siete islas
grandes o principales, la provincia de Las Palmas incluye una serie de islotes,
de apenas una cincuentena de kilómetros cuadrados de superficie total: La
Graciosa (27,45 km2), Alegranza (10,20 km2), Montaña
Clara (1,33 km2), Roque del Este (0,06 km2) y Roque del
Oeste (0,02 km2), al N de la isla de Lanzarote, y Lobos (4,38 km2),
entre esa isla y la de Fuerteventura. Hasta 600 roques, entre los que destacan
los de Salmor (El Hierro) o Anaga (Tenerife), suman casi un kilómetro cuadrado
más. La superficie y población regionales ascienden a 7.446,62 km2 y
1.606.549 habitantes de derecho en 1996.
El medio
físico
Las Islas Canarias
corresponden a fragmentos de la gran placa cortical atlántica, levantados desde
los fondos oceánicos hasta la superficie marina a causa de la actividad
volcánica marginal de la gran cordillera dorsal atlántica. La surrección de
estos grandes bloques debió tener lugar en el Mioceno, hace unos veinte
millones de años, durante las últimas fases de plegamiento de esa inmensa
cordillera submarina atlántica. Desde entonces se acumularon materiales
volcánicos sobre los primitivos bloques insulares. En la última fase se
formaron las islas más jóvenes (como El Hierro, con unos 750.000 años), alcanzando
las emisiones hasta tiempos históricos. La última correspondió al volcán
Teneguía, al S de La Palma, en 1971.
La configuración
montañosa de las islas es otro de sus rasgos más característicos, presentando
todas ellas un abrupto relieve y altitudes máximas superiores a los 1.450
metros, salvo las dos más orientales, Fuerteventura y Lanzarote, menos elevadas
pero no por ello carentes de ciertas áreas accidentadas en su interior. La isla
de Tenerife, cuyo pico Teide culmina a 3.718 metros, determina el punto más
alto, no sólo del archipiélago, sino de todo el Estado Español. El resto de las
islas también se asemejan a grandes edificios cónicos emergidos del mar.
Las abruptas
pendientes medias, como resultado de la existencia de altas cumbres en relación
a superficies relativamente menguadas, no son el único inconveniente que se
ofrece al desarrollo de las actividades humanas. La abundancia de conos, campos
de escorias y cenizas volcánicas, el intenso abarrancamiento, los malpaíses
recientes y la abundancia de suelos poco evolucionados, limitaron a una pequeña
fracción las tierras útiles para las prácticas agrícolas.
No hay auténticos
ríos, apenas unos torrentes cuyo magro caudal —en días de lluvia— se despeña en
rápido y atormentado recorrido en busca de un océano siempre cercano. Por si no
fuera suficiente, el clima tampoco ha sido el más adecuado para satisfacer los
requerimientos de la agricultura, primera actividad económica hasta tiempos
históricos recientes. Sólo las vertientes septentrionales de las islas altas
—las cinco más occidentales— reciben agua suficiente en sus cotas medias y
altas. El vigor de los relieves físicos, conjugado con los factores climáticos
generales del Atlántico centro-oriental, determinan un país muy diverso
climáticamente, pero escorado a condiciones desérticas o subdesérticas en buena
parte de sus ámbitos. Las temperaturas son suaves, poco contrastadas a lo largo
del día y de las estaciones; las precipitaciones, menguadas, se concentran
mayormente de octubre a febrero, aunque la irregularidad a lo largo del tiempo
(años secos, lluviosos, etc.) resulta proverbial. La humedad relativa del aire,
sin embargo, es siempre alta, rasgo propio de un ambiente insular.
La distribución de
la vegetación natural y secundaria, extraordinariamente diversa, se corresponde
con la variabilidad climática insular y la de sus suelos. Oscila desde el
matorral xerófilo costero, propio de ambientes desérticos, a formaciones de las
cumbres que rebasan los 2.000 metros y resisten las heladas invernales, pasando
por bosques de coníferas y formaciones húmedas templadas (laurisilva) que
constituyen un relicto de las masas forestales que existían antes de la
colonización europea.
El litoral es
abrupto y acantilado, abundante en calas y parco en playas de cierta amplitud.
Lanzarote y Fuerteventura se singularizan también en este aspecto, ya que sus
planicies más dilatadas permiten una costa en la que se forman las playas más
anchas de la región; sobresale el apéndice península de Jandía, en el SW de
Fuerteventura, con sus notables playas de Barlovento y Sotavento.
La población
y su distribución
Uno de los rasgos
más llamativos de la demografía canaria es el peso de las migraciones en la
caracterización de su población. Desplazamientos que ya en el siglo XVI, tras
la conquista, configuraron un mosaico de culturas: andaluces y gallegos;
extremeños, castellanos y catalanes; portugueses; genoveses; flamencos,
ingleses e irlandeses; negros y moriscos; judíos expulsados de Portugal, junto
a los aborígenes que sobrevivieron al proceso conquistador, forman parte de la
población del archipiélago, que a finales de esa centuria se estima no fue
superior a los 35.000 habitantes. Desde entonces, los efectivos del
archipiélago crecen con rapidez, como consecuencia de las altas tasas de
crecimiento vegetativo, y a pesar de las repetidas crisis de subsistencia y los
efectos de la emigración americana, que se hace intensa a raíz del retroceso en
el comercio de vinos a finales del siglo XVII, y llega prácticamente hasta los
años setenta del presente siglo. A partir de esa fecha la población canaria va
adquiriendo sus rasgos actuales: bajas tasas de natalidad y mortalidad;
creciente corriente inmigratoria formada por personas de origen extranjero y
los antiguos emigrantes y sus familias, que regresan debido a la crisis por la
que atraviesan los antiguos países de acogida, fundamentalmente Venezuela;
concentración en las dos islas centrales, Gran Canaria y Tenerife, en la franja
litoral, por debajo de los 300 metros y en las capitales insulares (Las Palmas
de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife-La Laguna agrupan más de la mitad de
los efectivos de sus respectivas islas).
El cambio de
modelo económico de base agraria por otro basado en el turismo, la construcción
y los servicios, así como el reforzamiento del papel de las capitales
insulares, en las décadas centrales del presente siglo, dio lugar a una
profunda redistribución de la población canaria. Ésta se traslada desde las
tierras de medianías a la franja litoral y, en las islas mayores, desde las
vertientes de barlovento hacia los sotaventos, ya que allí se desarrollan los
nuevos cultivos de exportación y se construyen las urbanizaciones turísticas,
con la extensión de las modernas infraestructuras: autopistas, puertos y
aeropuertos. Al mismo tiempo, también se da un proceso creciente de atracción
hacia las áreas urbanas de Tenerife y Gran Canaria, en detrimento del resto de
islas. Todo ello ha provocado la ocupación de nuevos espacios, vacíos en el
pasado, la reducción de los contrastes entre vertientes, la aceleración del
proceso de urbanización y el rápido envejecimiento de la población de las islas
más agrarizadas, fundamentalmente las de la provincia occidental.
Las
actividades económicas
Dos de los rasgos
más destacables de la economía canaria actual pueden ser la profunda
dependencia del exterior y la extensión del desempleo. Existe un gigantesco
desajuste entre la oferta local de productos y la demanda, cuyo déficit se
cubre con las importaciones. Pero esta dependencia externa constituye una
característica estructural del funcionamiento de la economía canaria, al menos
en la última centuria y media. Ha contado con un poderoso aliado de naturaleza
institucional en el particular régimen comercial-fiscal que, en sus diversas
versiones y desde 1852, se ha orientado a favorecer la presencia de oferta
extranjera en el sector comercial canario.
Factores que
condicionan severamente el desenvolvimiento económico del Archipiélago son,
entre otros, el reducido tamaño de su mercado, fragmentado a su vez en siete
submercados insulares; la imposibilidad, por escasez de recursos propios, de
transformar bienes y hacer frente a una demanda crecientemente especializada; y
la relativa incidencia de un escaso nivel de desarrollo en un contexo de
insularidad alejada, que lastra las posibilidades de competir en el mercado
internacional.
El archipiélago,
que dispuso de una base económica relativamente diversificada, en la que
destacaban la agricultura —de clara orientación exportadora—, la pesca, una
incipiente industria relacionada con una y otra, y las actividades terciarias,
ha visto evolucionar su modelo desde mediados de los años sesenta hasta
alcanzar la situación actual, absolutamente polarizada sobre el triángulo motor
del turismo, la construcción y el comercio. Las otras columnas con cierta
autonomía funcional, la industrial y la del sector agrario, se han movido en
una tendencia, respectivamente, de estancamiento o franco retroceso.
El turismo supone
la columna vertebral de la actual economía canaria, y ese papel desencadenante
ha estado en gran medida fundamentado en unos ventajosos recursos naturales
(sol y playa), y no tanto en su organización. Se ha realizado un notable
esfuerzo en la creación de una potente planta de instalaciones e
infraestructuras en las islas de Lanzarote, Fuerteventura y, sobre todo, Gran
Canaria y Tenerife. Algunas acciones y ciertas localizaciones han ido poblando
de deseconomías al sector, repercutiendo en el prestigio de su conjunto. En
particular, lo dañan el intrusismo en la oferta empresarial por parte de
agentes más interesados en un negocio inmobiliario con atractivo especulativo,
que en la consolidación de un sector hotelero con calidad competitiva y deseos
de permanencia a largo plazo. Es preciso constatar, además, que una parte
sustancial de los beneficios turísticos quedan fuera de Canarias, al correr a
cargo de las principales empresas transnacionales de esta industria del ocio la
organización de la demanda de viajeros y la intermediación con la oferta de
alojamientos. Bajo tales parámetros visita anualmente las islas una cifra
superior a los diez millones de turistas, con tendencia ligeramente ascendente.
Las ramas de
Refino de Petróleo, Energía Eléctrica, Potabilizadoras y Tabaco, representan en
torno al 55 por ciento de toda la producción bruta industrial de Canarias. En
las dos primeras ramas existe, respectivamente, una sola empresa; y el campo de
las potabilizadoras y tabaco cuenta con pocas empresas, además de una alta
participación pública a través de las corporaciones locales o de Tabacalera. La
industria alimentaria compone casi un cuarto de la producción industrial. El
resto (industria básica y extractiva, junto a la actividad manufacturera y
artesana) presenta unas bajas proporciones.
La actividad
agraria, hegemónica hasta mediados del siglo XX, ha visto reducir su
importancia económica y su peso en la población activa a medida que se
desarrolló el sector turístico y su correlato en la construcción y los demás
servicios. Unos y otra compiten por la mano de obra, disputándose también el
agua y, en ocasiones, el espacio físico, al coincidir algunos de los solares
más apetecidos por la actividad inmobiliario-turística con los ámbitos
agroclimáticos más favorables. Tras la pérdida de la reserva del mercado
peninsular para el plátano canario, a comienzos de los noventa, las
producciones isleñas afrontan un incierto futuro con relación a la nueva
competencia con las bananas comercializadas por las multinacionales
norteamericanas. El otro renglón agroexportador, el tomate, presenta una
situación más consolidada, pero igualmente dudosa debido a la creciente
competencia en los destinos europeos con las producciones hortofrutícolas del
Magreb. Los únicos subsectores que parecen estabilizarse o aumentar en los
últimos años son la producción vitivinícola y la cabaña ganadera
(fundamentalmente caprina), esta última destinada a la producción de quesos del
país.
Los años ochenta
vieron liquidarse los dos factores sobre los cuales se sustentó históricamente
el desarrollo de las pesquerías canarias: la proximidad de los caladeros y la
libertad de acceso a los mismos. En la década anterior, los países
oesteafricanos ribereños al Banco Pesquero Canario-Sahariano extendieron
la aplicación del nuevo derecho internacional del mar sobre sus aguas, dando al
traste con aquellos factores estratégicos e iniciando la ruina de la industria
conservera de pescado, importante hasta entonces en varias de las islas.
El fenómeno del
paro constituye un problema social relevante en Canarias desde el inicio de la
crisis económica, a principios de la década del 70. La situación de desempleo
afectaba, en 1998, al 17,2 por ciento de la población activa. Puede decirse que
el modelo de desenvolvimiento económico, seguido en Canarias en las últimas
décadas, plantea notables dificultades estructurales para la generalización del
empleo así como para la distribución más equitativa de la riqueza y el
amortiguamiento de los desequilibrios sociales.
Historia e
instituciones
La ubicación geográfica
(hasta el siglo XV Canarias era el extremo occidental del mundo conocido) y la
naturaleza del archipiélago (islas montañosas con gran diversidad de paisajes)
han propiciado el desarrollo de una serie de mitos que suelen iniciarse con el
conocimiento homérico de estas islas y terminar con la leyenda de San Brandán y
su búsqueda del ansiado Paraíso (San Borondón, la octava isla, descrita y
cartografiada por diversos autores entre los siglos XVI y XVIII). Campos
Elíseos, Islas de los Bienaventurados, Jardín de las Delicias, Jardín de las
Hespérides, La Atlántida e Islas Afortunadas son, entre otros, los temas
míticos greco-latinos que se han aplicado a las Islas Canarias desde, por lo
menos, el siglo V anterior a nuestra era.
El origen de los
primitivos pobladores del archipiélago cada vez parece más claro que debemos
situarlo en el mundo bereber del N de África. Estos grupos llegaron a las islas
en distintos grados de evolución cultural y en diferentes momentos históricos,
lo que explica que cada una presentase, en el instante de la conquista,
caracteres propios y diferenciadores. Salvo en Gran Canaria y el N de Tenerife,
donde la agricultura alcanzó un gran desarrollo técnico, llegándose a constatar
la presencia de regadío, la economía de las islas, de signo pastoril (la cabra,
la oveja y el cerdo, constituían su base), se complementaba con la práctica de
la agricultura y la recolección de frutos y productos marinos.
A la llegada de
los conquistadores europeos, a lo largo del siglo XV, las islas se encontraban
subdivididas en distintas jurisdicciones territoriales, salvo Lanzarote y El
Hierro, donde sólo existía una tribu. Gran Canaria aparecía dividida en dos
guanartematos, Tenerife en 9 menceyatos, La Gomera en 4 tribus y La Palma y
Fuerteventura, en 11 y 2 reinos o señoríos, respectivamente.
La conquista,
repoblación y aculturación del archipiélago, que los historiadores dividen en
dos etapas, abarcan la mayor parte del siglo XV. Durante la etapa señorial, y
entre 1402 y 1404, los normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle, con
el apoyo de Enrique III de Castilla, conquistan las islas de Lanzarote,
Fuerteventura y El Hierro. La ocupación de La Gomera, iniciada en 1420, será
concluida años más tarde por Fernán Peraza «el Viejo». La etapa realenga se
inicia en 1477 con la compra de los derechos de conquista de las islas aún sin
ocupar a los señores de la familia Herrera-Peraza por parte de la Corona de
Castilla, consumándose posteriormente la anexión del resto del archipiélago al
reino castellano: Gran Canaria (entre 1478 y 1483), La Palma (entre 1492 y
1493) y Tenerife (entre 1494 y 1496). Pedro de Vera, en el primer caso, y
Alonso Fernández de Lugo, en los dos siguientes, fueron los principales
protagonistas de esta fase de la conquista.
La conquista
castellana supuso la destrucción del mundo aborigen en todos sus niveles. La
muerte, las enfermedades, la esclavitud, las deportaciones y la adaptación a
una nueva sociedad provocaron una disminución considerable de la población
autóctona del archipiélago. La conformación social de Canarias se caracterizó
entonces por un alto grado de mestizaje entre los aborígenes que sobrevivieron
al proceso, los europeos y las minorías africanas, fundamentalmente esclavos
introducidos para las labores agrarias vinculadas al cultivo de la caña de
azúcar.
Las Canarias
tuvieron inicialmente una organización administrativa diferente según se
tratara de islas de señorío, sometidas hasta el siglo XIX al gobierno de los
señores que habían obtenido del rey el derecho o facultad para hacerlo, o de
realengo que, conquistadas en nombre del rey, fueron gobernadas por poderes o
capitulaciones. Sobre los concejos municipales o cabildos, cuyo ámbito
territorial era la isla, descansó la organización administrativa de Canarias
hasta que en 1812, como consecuencia de la aplicación de la Constitución de
Cádiz, las islas se dividen en municipios, tantos como parroquias existían en
cada una de ellas, algunos de los cuales han desaparecido, constituyéndose
otros nuevos hasta alcanzar la cifra actual de 87. Los Cabildos Insulares, uno
por isla, se crean en 1912, iniciándose un conflicto de competencias con la
Diputación Provincial, suprimida trece años después. En 1927, la Provincia de
Canarias, cuya única capital hasta entonces era Santa Cruz de Tenerife, se
divide en dos, con los nombres y capitales ya citados. En plena transición
hacia el nuevo sistema democrático y descentralizado, se aprobó en marzo de
1978 el régimen preautonómico del Archipiélago Canario, que concedía a esta
Comunidad un estatus de autonomía provisional, pocos meses antes de la
aprobación de la Constitución española. La primera Junta de Canarias diseña, a
partir de entonces, diversos anteproyectos de Estatuto de Autonomía, siendo
aprobado el propuesto por la UCD en diciembre de 1980, resolviéndose con ello
el problema de la ubicación de las sedes de las instituciones autonómicas:
capitalidad compartida por las ciudades de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas
de Gran Canaria, alternando en ellas la sede de la Presidencia del Gobierno por
periodos legislativos; el Parlamento, constituido por 60 diputados, 30 por
provincia, se ubica en la primera de las ciudades citada; la Delegación del
Gobierno, en la capital grancanaria; la ciudad tinerfeña de La Laguna es la
sede del Consejo Consultivo de Canarias y Santa Cruz de La Palma, en la isla
del mismo nombre, del Diputado del Común. El Día de la Comunidad Autónoma se
celebra el 30 de mayo de cada año en recuerdo de la fecha de constitución del
primer parlamento autonómico, en 1983.
En el orden
educativo, el archipiélago posee dos Universidades: la de La Laguna, en la isla
de Tenerife, fundada en 1792, y la de Las Palmas de Gran Canaria, dependiente
de la anterior hasta 1989, fecha en que se produjo su segregación.
Texto: Fernando Sabaté Bel y Vicente Manuel Zapata Hernández,
profesores del departamento de Geografía de la ULL.